Ella

Su color favorito cambia a cada instante al compás de sus latidos. A ella le encanta que la miren, pero nunca fijamente. Su opinión varía tan rápido como la dirección del viento, algunos dicen que es porque no es una persona madura, que aún no ha crecido lo suficiente y sus opiniones nunca han sido realmente sólidas; yo me inclino a creer que es porque nada le parece lo suficientemente interesante como para pensar en ello más de cinco segundos. Se para en cualquier lugar ante algo bello, y no le importa llegar tarde a los sitios, luego se niega a dar explicaciones o musita un leve ''vi una cosa interesante por ahí''. Se mueve a bandazos entre la ciudad y si quieres encontrarla debes hacer cualquier cosa menos intentar localizarla: su móvil suele estar apagado, en silencio o en casa (muchas veces las tres cosas) y nunca está donde debería. Lo más frecuente es que te la encuentres tras cualquier esquina de la Gran Vía con un cucurucho gigante en la mano intentando comérselo muy rápido antes de que se derrita... o si no en el templo de Debod tumbada en la hierba con la excusa del dolor de cabeza por haberse comido el helado tan rápido. No es que nadie le pida explicaciones (y lo más probable es que si alguien lo hiciera le contestara con evasivas), pero para ella todo lo que hace debe tener un por qué. Lo que nos molesta a los que la conocemos es que nunca entenderemos sus porqués: "Cielo, ¿por qué no puedes quedar mañana con nosotros para dar una vuelta?" "Bueno, ya veremos, ya os llamaré si eso luego... es que no sé qué voy a hacer mañana". Y es verdad, yo la creo: no sabe qué va a hacer mañana, ni pasado, ni nunca. He de admitir que admiro eso (la admiro entera), su capacidad por evadirse del mundo; aquella manera de no importarle nada de lo que la rodea más que como mero decorado de su interior. Siempre me la he imaginado como una niña jugando con una casita de muñecas gigante: nos ve, nos toca, se asombra ante nuestros problemas, da su opinión, intenta observarlo todo, abarcarlo todo y a la vez nada. Nos ve, yo sé que nos ve, pero su mirada nos traspasa; nada de lo que le contamos le parece realmente importante, para ella todo tiene solución. Nuestros problemas cotidianos le parecen tan insignificantes como una tormenta repentina de verano: está convencida de que todo se pasará rápido, nada parece merecer su atención.
Entre nosotros: yo creo que está creciendo y un día de estos nos olvidará en una esquina cualquiera, no creo ni siquiera que nos ordene o se acuerde de nuestros nombres, más bien hablará de nosotros por cualidades en las que sólo ella se fija y estoy segura de que si alguna vez os habla de mí no me llamará por mi nombre sino ''aquella chica a la que le gustaba llevar flores en el pelo'' o ''sí, hombre, aquella que escribía en servilletas de papel satinado''. Tirará nuestra casita de muñecas sin pensárselo dos veces. Nos dejará por ahí sin prisa como es su costumbre. Sin importarle demasiado si es correcto o no. ¿Lo entendéis? ¿Entendéis por qué me fascina? La vida le pasa, le corre por las venas y ella ni se inmuta. Nunca tiene planes, no le importa la ropa que lleva, ni siquiera se fija en si sus calcetines son del mismo color. Siempre lleva el pelo despeinado porque dice que no tiene tiempo. ¡Señores! No tiene tiempo para esas tonterías pero se pasa horas delante de una flor en el Retiro. Está loca. ¿Está loca?
Ella es un soplo de aire fresco, una bofetada de realidad en nuestras vidas.

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