Ironía

¿Conocéis esa sensación de que os falta algo aquí, muy dentro de vosotros, que os oprime y no os deja en paz?
Esa sensación que te da en los momentos más insospechados: saliendo de casa cuando vas a correr o desayunando un bol de cereales. Tú crees que tu vida es lo suficientemente feliz, que tiene sus más y sus menos pero que, en conjunto, no te puedes quejar, y, de repente, llegan esos momentos que te dejan sin respiración. Como si te hubieran dado un puñetazo muy fuerte en el estómago, o acabaras de recibir una muy mala noticia. Te dejan tan cansado como si acabaras de correr una maratón, y perdido aunque estés en tu propia casa.
Esos momentos (que últimamente parecen repetirse más y más a menudo) me recuerdan lo frágil que es todo lo que me rodea, y que, con un simple desmayo, y observando la reacción de la gente que dice que me quiere, mi vida va poniendo sus límites, marcando quién importa y a quién le importo, delimitando mis amistades, desdibujando la fina línea entre los conocidos y los amigos y poniendo más ladrillos al muro que poco a poco voy creando a mi alrededor.
Muchos podéis pensar que de esta manera lo único que voy a conseguir es quedarme sola ("Si estás sola es porque construiste muros en vez de puentes"); pero, oídme, yo nunca os he mentido: sigo soñando con ese príncipe que escala paredes y rescata a la princesa. Y, aunque sé que yo soy un antónimo absoluto a todo lo que esta sociedad denomina "princesa", siempre puedo encerrarme en mi casa con cualquier película cutre de amor americano; que parece que es el único que puede acercarse a mi vida sin que mi corazón estalle en pedazos.
Y aún así esas películas he de tomármelas con moderación: me recuerdan demasiado a demasiadas cosas.