Historias de jaulas

Mi casa es una pajarería.
Pequeña y llena de de gente que pasa para comprobar que todo está en orden. Comida, bien. Agua, bien. Algún juguetito para que se entretenga, bien.
Como en el resto de las pajarerías o casas comunes, también entra gente con ánimo de compra. Es una compra un poco más metafórica, es para toda la vida (o así la venden). Debo ponerme muy guapa y arreglarme las plumas para que cuando llegue el futuro comprador me vea preciosa y cantando una canción conmovedora. En realidad sólo me han dejado aprendere una canción que debo repetir una y otra vez, pero ¡qué canción! Es maravillosa. La repito tantas y tantas veces que olvidé el motivo de por qué estoy aquí. Rodeado de otras jaulas también llenas de pajaritos que cantan mi misma canción con el afán de ser el mejor, el más bonito, el que mejor afina.
Mi cuarto es una jaula.
Realmente nunca me ha preocupado mucho eso de no poder salir, porque aquí estoy bien, tengo todo lo que necesito: agua, comida, canciones y de vez en cuando alguna compañía. Vienen futuros compradores y me observan detenidamente. Cada poro de mi piel es examinado por profesionales. Estoy sana, mis plumas llaman la atención y mi voz es espléndida. Mi canción se oye por encima del resto y he escuchado a mis dueños negociar mi precio. No puedo ser más feliz. Tengo todo en esta vida. Incluso limpian mi jaula dos veces por semana para que todo se vea reluciente. Los compradores llegan cada día con más frecuencia. Les escucho hablar con mis dueños, su voz es estusiasta y me miran con ojos hambrientos. Siento que me desean. Que desean tener algo tan lindo como yo en su casa. Que desean tenerme para que les alegre la vida cuando vuelvan del trabajo. Que les cante en los momentos más tristes. Desean también que me calle cuando ellos quieran, que no les moleste cuando echen el fútbol por la tele o cuando quieran escuchar una canción diferente. Para eso está una mantita negra que me ponen para que piense que se hace de noche. Ambos sabemos que yo no me lo creo, pero es una bonita manera de decirme educadamente que ahora he de callarme, someterme a los deseos de mi amo, dejar que él vaya a hacer lo que quiera porque está cansado. Su trabajo es muy duro y debo estar agradecida por la comida y los cuidados que me da. Debo estar agradecida también por que me haya comprado y me haya convertido en parte de su familia.
Yo soy un pequeño pajarito.
No sueño con escapar de mi jaula, porque ¿a dónde iría? Aquí soy feliz: es un sitio seguro y cálido. Ni siquiera me planteo la posibilidad de extender las alas. No las necesito. Tengo todo lo que quiero aquí. Dentro de poco van a comprarme, estoy oyendo a mis dueños hablar felizmente con un señor que ya había venido antes a examinarme y había hablado con ellos con voz melosa y atenta. Mis dueños dicen que seré muy feliz con él. Que casi no necesita otros pájaros y que, probablemente, me compre caprichos y la mejor lechuga de toda la tienda una vez por semana. Estoy ansiosa por tener una jaula nueva y ser por fin parte de algo sin necesidad de competir. Aún así mis dueños ya me han advertido de que no me debo relajar y cumplir todos los días las exigencias de mi nuevo amo. Incluso cuando esté cansada o me duela la garganta de tanto cantar. Tengo mucho que agradecerle. Voy a ser muy feliz.

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