Colecciono instantes



Empecé con pequeñas cosas, flores que me iba encontrando por la calle, y hojas de árboles con formas extrañas. Las guardaba en cualquier sitio y cerraba muy fuerte los ojos pidiendo un deseo. Me decía a mí misma que cuando encontrase las flores (normalmente las encontraba mi madre, debajo del fregadero, detrás de la cama... mientras se preguntaba cómo habría llegado una flor ahí) mi deseo se iba a cumplir. No sé si las he encontrado todas, aunque espero con todas mis fuerzas que no, porque no quiero pensar ni por un sólo momento que todos mis deseos ya se han hecho realidad.
Luego vinieron los billetes de metro usados, con ese color rosa tan especial al que nunca nadie le presta atención, porque todos van con prisas hacia su destino. Lo compran, se quejan por el precio, lo pican, lo tiran.
Algunos se fijan en él, aunque sea sólo para contar cuántos viajes faltan todavía. Me gusta pensar que ésa es la gente que merece la pena, la que se queda unos segundos mirando el billete, midiéndolo con la mirada, calculando su peso mentalmente... (¿Hay gente así? ¿O soy demasiado rara?) ¿Vosotros os habéis fijado alguna vez en las marcas que les hacen cuando los pasas por la máquina?
Espero que sí, y que también os guste la mezcla entre el color negro y ese rosa tan especial.
Tengo cientos de billetes, aunque todavía no sé para qué los quiero. Tirarlos me parece una crueldad, y guardarlos en una caja un afán recaudatorio más como del que guarda dinero en un banco pero nunca lo gasta en caramelos para su hijo.
Así que, he pensado en buscar instantes, los mejores, los más bonitos, y escribirlos en la parte de atrás de los billetes, pegarlos en la pared de mi cuarto y así recordarlos todos los días.

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