Los sentidos



Cuando era pequeña me encantaba poner a las personas en un compromiso para que tuvieran que escoger una cosa u otra. En un compromiso de juego, obvio. Y les decía a mis amigos: "Venga... Ahora vamos a jugar a un juego... A ver, tenéis que perder un sentido. Y lo vais a perder ahora mismo y para siempre. ¿Cuál?" Y todas me decían el olfato o el tacto. Claro, con nueve años todavía no éramos concientes de la importancia del contacto físico. También inventaba otras situaciones del tipo: "Alguien va a dispararte. ¿Qué prefieres, perder los brazos o las piernas". Unos me decían: "Los brazos, porque sin las piernas no puedo correr". Y entonces yo decía: "Vale, pero sin manos no puedes escribir, ni comer, ni hacer nada de nada." Y entonces se quedaban un poco sin saber qué decir. Ellos creían que el juego consistía simplemente en decir qué querías o qué no querías perder, pero yo iba más allá, yo quería que me explicaran por qué y que me convencieran. Nadie me convenció nunca. Salvo una chica, que me dijo que si pierdes el olfato no puedes oler las natillas recién hechas, o las fresas hundiéndose en la leche caliente, o los libros viejos. Y entonces me quedaba el tacto. ¡Dios mío! ¿Cómo iba a perder el tacto? Después de que dos manos hubiesen recorrido todo mi cuerpo, de que una amiga me hubiese abrazado fuerte un día triste o de que mi madre agarrara mi mano para que saltara un charco sin mojarme. Para salvarme. Después de que me tocaran, no... no podría rechazar ese sentido. Tampoco podría no ver. ¿Cómo escribiría? ¿Sobre qué hablaría si ya no puedo ver el mundo con los ojos? No quiero aprender a ver el mundo de otra manera, me gusta verlo así y me niego a no ver las puestas de sol, ni la marea cuando sube, ni las gotas de lluvia acumulándose en las esquinas de mi ventana.

 El gusto tampoco podría perderlo, porque cuando estoy triste agarro un bol con chocolate frío y me lo como entero, y es como si todos mis problemas desaparecieran, ¿sabes? No... no puedo renunciar a ello. Tampoco podría no escuchar. Levantarme por las noches, asomarme a la ventana y sentir a la ciudad dormida, casi muerta. Escuchar la risa de un niño, alguien que pide disculpas detrás de mi espalda, la radio a las tantas de la madrugada... No, no podría no escuchar(te). Es estúpido. Es un juego estúpido. Y no pienso volver a jugar nunca más.

Comentarios

Entradas populares