De terciopelo.
Últimamente la felicidad invade todo lo que hago. Y no esa clase de felicidad con sabor amargo que solía inundar mi vida en los mejores momentos, sino una felicidad dulce, de terciopelo, de esas que sólo aparecen en los cuentos de hadas o en las películas americanas (donde, como sabéis, las chicas no tienen problemas más allá de si Mike les invita al baile o si les queda bien el vestido de la graduación). No os riáis, esa felicidad existe. Puedo demostrarlo. Era tan fácil como olvidar poco a poco todo eso que me ataba a lo cotidiano, cambiar la anodina indiferencia ante la vida que veía pasar sin inmutarme por una simple mirada de curiosidad, una oportunidad a todo eso que desechaba sin haberlo pensado en realidad. Es un simple “clic”. Un cambio en la forma de ver la vida, de entender el significado de una sonrisa a un desconocido o el temor liviano a no alcanzar el metro aún cuando sabes que va a pasar otro dentro de 2 minutos. Por supuesto que tengo problemas más serios, y muchos. Al